La sífilis, el odiado visitante
Imágenes al microscopio y en diversas tinciones del Treponema pallidum.
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Era evidente que la afección de las bubas se propagaba a través del contacto sexual. El primer tratamiento fue la infusión de guayaco, pero sólo se alcanzó verdadera eficacia con el mercurio, por otro lado temible por sus violentos efectos tóxicos.

Girolamo Fracastoro (¿1478?-¿1553?), médico de Verona y discípulo de Andrés Vesalio, publicó en 1530 un extenso poema en latín donde cuenta la desventura de Syphilo, pastor de Haití que incurre en la ira del dios Apolo y es castigado con la aparición en su persona de la nueva y terrible plaga. «Por él, a esta enfermedad llamamos SÍFILIS...», fabulaba el médico poeta.
En tanto, el desarrollo de la medicina científica permitió penetrar las manifestaciones orgánicas del mal. En 1905 se descubrió el agente causal, el Treponema pallidum, y tiempo después Ehrlich y su grupo desarrollaron los eficaces compuestos de salvarsán, el 606 y el 914 (números que al quedar relacionados con la enfermedad venérea, dice un escritor de Buenos Aires, «parecían tan pecaminosos que ni siquiera se los jugaba a las loterías clandestinas»).

La penicilina permitió vencer de verdad al fantasma, como a muchas otras enfermedades infecciosas. También la sífilis muestra un paulatino repunte en las últimas décadas, aunque lejos de los estragos que causó en todo el mundo durante más de trescientos años.


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